"¡Qué amable es tu Morada, Señor del
Universo!
Mi alma se consume de deseos por los
atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente.
Hasta el
gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus
pichones, junto a tus altares, Señor del universo, mi Rey y mi Dios.
¡Felices los
que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! ¡Felices los
que encuentran su fuerza en ti, al emprender la peregrinación!
Vale más un día en tus atrios que mil
en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados."
(Salmo 84, 2-6.11)
La primera casa que Dios se hizo fue el vientre purísimo de la Santísima Virgen
María. Y toda Ella, en la encarnación, se hizo casa de Dios. Su Corazón, que ya
estaba preparado como quien prepara con ilusión la habitación de un niño por
nacer, ya estaba todo adornado de virtudes y de amor en el fuego ardiente de su
caridad.
¿Cómo no acercarse a María como quién se acerca al umbral de
la Casa de Dios?
Toda la creación se inclina ante ti y busca refugio y nido. Todos tus hijos,
peregrinando en esta vida, bebemos la fuerza que mana de tu Corazón como canal
sagrado de Gracias Divinas.
La humanidad que había vendido cara su dignidad inclinándose
ante el pecado y la muerte, hinque su rodilla en tierra para adorar al Hijo
Divino de la Reina
del Cielo, Jesucristo, e incline su cabeza en reverencia ante aquella que fue coronada por
Dios y elegida como hija dilecta de su Corazón para ser su Madre y su Trono y su Morada.
“¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa de Dios!
¡Salve, vestidura de Dios!”
(San Francisco de Asis)
Bendita seas Santa Morada de Dios, Madre nuestra y corredentora
de toda el género humano junto a tu Hijo Amadísimo. Que siempre vivamos en los atrios de tu Corazón
Inmaculado.
Dios los bendiga y Santa María les sonria,